Un Tsuru negro avanza por aquellas calles que desde años atrás lo ven circular un día al año. Jorge, quien viene manejando, apenas es consciente de que un chevy rojo lo esta siguiendo; dentro del Tsuru hay demasiado ruido provocado por las nueve personas que, sin contarse a si mismo, van apretujadas en el reducido espacio. Su esposa, su dos hijos, su cuñada y el marido de esta, tres sobrinos y su suegra tejen una red de conversaciones tan enredada que resulta difícil seguir el hilo de alguna.
El tráfico se hace demasiado pesado, hasta que es imposible avanzar más en el coche: un mar de personas y automóviles forman una barrera impenetrable, por lo que Jorge les avisa que van a tener que estacionarse y caminar desde ahí. En cuanto logran abrir una de las puertas, se desparraman cual si fueran granitos de arena en la playa de aquel mar. El chevy rojo también se ha estacionado, y sus pasajeros, todos ellos familiares de Jorge, enfilan hacia el primer grupo.
Después de estirar las piernas y saludarse de nuevo (40 minutos atrás salieron todos juntos de la casa de Doña Cata, la suegra de Jorge), se abren paso entre los transeúntes deteniéndose solo para comprar una corona y tres manojos de cempasúchil, que por cierto cada año suben de precio. Continúan su camino y justo en la entrada del panteón municipal se hace más difícil el paso, pero una vez dentro deciden tomar un atajo, alejándose del sendero principal.
Jorge nunca ha sido muy paciente, así que en cuanto los niños empiezan a quejarse y llorar porque quieren regresar a casa, pareciera que él esta deseando lo mismo. Pasados unos minutos llegan hasta la barda que rodea al cementerio y ahí encuentran la tumba de Teresita, a quien no han visitado desde el año pasado. Sin embargo, aun se pueden ver restos de los arreglos de la ultima visita: una corona empolvada y tallos secos, pero siguen ahí. Probablemente el próximo año luzca igual.
Doña Cata se lamenta por no poder usar agua para limpiar la lapida de su hija, aunque sabe que desde hace años ya no esta permitido por cuestiones de salud publica.
Gritos, oraciones, llantos, plegarias, peleas, regaños… todo esto es lo que hacen niños y adultos hasta que llega el momento de retirarse y otra vez la faena: adentrarse en aquel mar que esta vivo entre los muertos, niños corriendo y papas regañándolos y exigiéndolos mantenerse juntos pues dicen ya no hay seguridad.
Ya estando afuera se despiden unos de otros y acuerdan reunirse para comer el domingo y abandonan ese mar para dar paso al ensardinamiento, y pues ni modo, a aguantar en lo que Jorge deja a cada uno de sus pasajeros en sus respectivas casas.
ROSA ELIZABETH GUTIÉRREZ JUÁREZ
5° DE COMUNICACIÓN
jueves, 10 de diciembre de 2009
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